Un empate caliente en Victoria: tres llamadas del VAR y un penal que encendió la polémica
Un 1-1 con sabor amargo y con el VAR como protagonista. Así terminó la noche en Victoria entre Tigre e Independiente Rivadavia, por la fecha 6 de la Zona A del Torneo Clausura 2025. El árbitro Luis Lobo Medina quedó en el centro de la escena por tres revisiones que condicionaron el relato del partido: un gol anulado a la Lepra en el primer tiempo, la convalidación del 0-1 en el complemento y un penal en el descuento que le dio a Tigre el empate agónico.
El contexto ya venía cargado. Tigre necesitaba puntos para tomar aire en un arranque inestable y la Lepra, de Alfredo Berti, veía la oportunidad de meterse en la pelea por los puestos que llevan a la Sudamericana. Ese choque de urgencias elevó la tensión desde el primer minuto en el José Dellagiovanna, con un juego friccionado, poca claridad en campo rival y muchas segundas jugadas.
La primera jugada que cambió el ánimo del estadio llegó a los 25 del primer tiempo. Independiente Rivadavia celebró un remate lejano de Luciano Gómez que se le escurrió a Felipe Zenobio, un error grosero del arquero. La fiesta visitante duró segundos: desde la cabina llamaron a Lobo Medina para revisar el inicio de la acción. En la repetición, se vio una peinada anterior que terminó en el despeje de Federico Álvarez y, luego, en el zapatazo de Gómez. La revisión detectó mano en esa peinada previa dentro de la fase de ataque; por protocolo, si hay mano que deriva en gol, se anula aunque sea accidental. Decisión: gol anulado y bronca visitante.
Ese golpe no desordenó a la Lepra, que se mantuvo en su plan: línea de cinco, tres por dentro y velocidad por las bandas con Bonifacio y el propio Gómez. La idea era simple: bloquear por dentro y salir rápido a la espalda de los laterales. Tigre, que empujaba con más voluntad que precisión, ganaba metros por inercia, pero chocaba contra un bloque bajo que lo obligaba a colgar centros o a forzar tiros lejanos. En ese ajedrez, la posesión no garantizaba peligro.
El segundo tiempo se abrió con la misma partitura: Tigre adelantado, Independiente Rivadavia cómodo en su libreto. Hasta que a los 26 llegó el quiebre. Centro y un cabezazo hacia atrás habilitó la carrera de Costa, que rompió por derecha y dejó la pelota servida para la definición seca de Maximiliano Amarfil. Otra vez, duda en el estadio y otra vez intervención desde la tecnología. ¿Había fuera de juego en la peinada que habilitó la jugada? La línea semiautomática y el corte de cámara mostraron a Costa en posición habilitada. Lobo Medina validó el 0-1 y el banco visitante estalló en alivio.
Con la desventaja, Tigre apretó. Hubo acumulación de gente en campo rival, cambios ofensivos y una señal clara: buscar el área a toda costa. Las segundas jugadas pasaron a ser oro. La Lepra retrocedió un poco más y dejó a Villa y Sartori a la buena de Dios, corriendo contra dos centrales en inferioridad numérica y lejos de la ayuda de sus interiores. El reloj jugaba a su favor hasta que, ya en tiempo añadido, llegó la escena que nadie dejó de discutir al salir del estadio.
En el descuento, Saralegui atacó un balón dividido dentro del área y Ortega llegó a cerrar. Hubo contacto; la pregunta es si fue suficiente para sancionar. El árbitro dejó seguir, pero desde la cabina sugirieron revisión en monitor. Lobo Medina miró varias tomas, con distintas velocidades. Tras unos segundos de silencio y gestos de tensión, cobró penal. Tigre lo cambió por gol y el 1-1 quedó clavado como una espina para los mendocinos.
La decisión final desató protestas. En Independiente Rivadavia reclamaron que el contacto fue mínimo y que Saralegui ya venía en caída. En Tigre defendieron el criterio: hubo toque sobre el pie de apoyo, suficiente para desequilibrar. La jugada entra en esa zona gris donde la herramienta reduce errores, pero no elimina interpretaciones. Por protocolo, el VAR recomienda revisión cuando entiende que hay un error claro y manifiesto; que el árbitro haya ido al monitor ya dibuja la frontera entre lo evidente y lo debatible.
Más allá del ruido, el partido dejó material para leerlo más allá de las pantallas. Berti se plantó en Victoria con cinco atrás y tres en el medio para congestionar la franja central. La estructura fue sólida sin pelota, pero le quitó socios a Villa y a Sartori, obligados a pelear demasiadas pelotas largas. Cuando la Lepra logró emparejar por bandas y pisar campo rival, lo hizo a partir de pelotas detenidas y segundas jugadas, como en la acción de Gómez que terminó anulada. La sensación fue que el equipo mendocino se sintió más cómodo administrando el 0-1 que construyéndolo.
Tigre, por su parte, fue creciendo con empuje y cambios. La circulación fue más rápida en el último tramo y apareció algo de atrevimiento por fuera. Le faltó pausa en tres cuartos y precisión en el último pase, algo que se repitió durante varios pasajes del torneo. Pero nunca se cayó anímicamente, una señal que explica por qué llegó con vida al cierre cuando parecía que el golpe del 0-1 podía ser terminal.
Así quedaron, entonces, las tres intervenciones determinantes de la noche:
- Minuto 25 del primer tiempo: gol de Luciano Gómez anulado por mano previa en la jugada de ataque. Aplicación estricta de la regla que invalida cualquier tanto con mano en la fase ofensiva.
- Minuto 26 del segundo tiempo: validación del 0-1 de Maximiliano Amarfil tras chequear posición habilitada de Costa en la acción previa.
- Tiempo añadido: penal a Saralegui por contacto de Ortega, cobrado tras revisión en monitor. Conversión y 1-1 final.
En la planilla queda un empate. En la cabeza de los protagonistas, otro recuerdo: la sensación de que la tecnología fue más influyente que el juego. No es nuevo que el VAR marque el ritmo de un partido, pero cada vez que un resultado depende de una revisión en el descuento, la discusión se enciende. No se trata de demonizar la herramienta, sino de exigir criterios consistentes y umbrales claros para intervenir.
¿Qué dice el reglamento? La mano en ataque que deriva en gol se sanciona sin mirar la intención. El fuera de juego se decide por posiciones semiautomáticas y trazados de líneas que, aunque frías, aportan certeza. El penal exige algo más: evaluar intensidad, consecuencia del contacto y si el defensor juega el balón. En la última jugada, ese triángulo quedó en manos de la lectura de Lobo Medina, que apostó por el toque suficiente. Ahí aparece el debate que no resuelve ninguna cámara.
El impacto competitivo es directo. Independiente Rivadavia acumula tres fechas sin ganar en la Liga Profesional y dejó escapar una chance de oro para acercarse a la zona de Copa Sudamericana. Su plan funcionó durante largos tramos, pero el cierre lo dejó con los puños apretados. Tigre, en cambio, rescató un punto que vale más por cómo llegó que por su efecto inmediato en la tabla. Le sirve para cortar la sangría y recuperar algo de confianza en un calendario que no espera.
La noche también sumó un capítulo al historial reciente de Lobo Medina, un juez que ya había quedado bajo la lupa en otros partidos por decisiones revisadas. El nivel de exposición es alto: cada chequeo se mide cuadro por cuadro en televisión y cualquier matiz se convierte en sentencia. Aun así, hay margen para mejorar: tiempos de revisión más cortos, explicación pública más clara de los motivos y difusión regular de los audios, como ya hacen varias ligas, ayudarían a bajar el ruido.
De lo futbolístico, quedan detalles para el laboratorio. Tigre necesita más producción interior para no vivir de centros frontales. Cuando aceleró por dentro, encontró faltas y segundas jugadas que le dieron vida. La Lepra deberá ajustar cómo conectar a sus puntas cuando defiende tan bajo: con dos pases de salida no alcanza si los delanteros están siempre en inferioridad y de espaldas.
En la tribuna el veredicto fue instantáneo y pasional; en el vestuario, más terrenal. Los jugadores de Independiente Rivadavia terminaron agotados y con la amargura típica del empate sobre la hora. Del lado de Tigre, alivio y bronca mezclados: alivio por el punto, bronca por no haber encontrado antes el camino. El campeonato entra en su zona caliente y cada detalle pesa: un despeje a medias, una mano en la peinada, una rodilla adelantada, un toque en el pie de apoyo.
Qué deja el empate: tabla apretada, rachas y un debate que no se apaga
El Clausura 2025 ofrece una tabla comprimida donde un empate puede ser poco y mucho a la vez. Para Independiente Rivadavia, la secuencia de tres sin ganar le pone presión a las próximas dos fechas: necesita sumar de a tres para que el 0-1 que había logrado en Victoria no quede como anécdota cruel. Para Tigre, el punto sostiene el pulso en un calendario cargado y con rivales directos por delante.
Lo otro que queda es el debate sobre el umbral de intervención. La tecnología llegó para sacarle margen al error grosero, no para convertir cada contacto en penal. Cuando el árbitro va al monitor, el estadio se detiene y el juego pierde continuidad. Está bien revisar lo revisable, pero es clave que los equipos sepan a qué atenerse. Menos grises, más consistencia: ese es el pedido que se escucha cada fin de semana.
En Victoria, entre fallos, reclamos y esa última respiración desde los once metros, el 1-1 terminó contando una verdad vieja del fútbol argentino: los detalles deciden tanto como las ideas. Y cuando el detalle pasa por una pantalla, el ruido ya no lo tapa ni el grito del gol.